viernes, 27 de mayo de 2011

Cosas que ver en Hamelin (la tortura es opcional)


Parece que en Hamelin están intentando liberarse del tópico del flautista y las ratas. Como saben el tirón que tiene todo lo relacionado con el III Reich, han decidido proponer un planazo a los visitantes: pasar la noche en el hotel como si fuera la prisión para opositores a Hitler que fue en su día el hotel, incluyendo compañía al cuarto de baño y vigilancia constante. Todo por 44 euros la noche, no está mal. Ahora bien, he leído en foros que la comida es tirando a mala...

http://www.noticiasdenavarra.com/2011/05/27/ocio-y-cultura/que-mundo/una-antigua-carcel-nazi-es-reconvertida-en-un-hotel-aleman-que-recrea-las-penurias-de-los-prisioneros

Inés Plasencia Camps

jueves, 19 de mayo de 2011

Souvenir revolucionario

Es muy tarde, de madrugada, vengo de la Puerta del Sol y sólo quería enviaros, después de una larga ausencia, un souvenir revolucionario.
Acabo también de ver una entrevista a José Luis Sampedro en la que dice que lo importante en la lucha no es ganar o perder, sino hacerla. Os puedo asegurar que ése era el ambiente en Sol. Había cientos y cientos de pancartas; cogerlas para tener un recuerdo habría estado mal, pero mañana los trabajores culturales iremos con las nuestras y os traeré una. Esta entrada no va para nada con la idea de este blog, pero era imposible no hacerse eco de lo que está ocurriendo. Por eso me he permitido contaros un poco la experiencia.
Los que estábamos allí estábamos básicamente sorprendidos, pero sobre todo de haber podido olvidar ese trillado "no servirá para nada" y haberlo hecho de todas formas. Se ha de venir para entender ese espíritu, el de estar juntos. Mucha gente duerme en la Puerta del Sol mientras yo os doy las buenas noches, por supuesto revolucionarias.

Inés Plasencia Camps

martes, 19 de abril de 2011

Restos y desechos: lo que nadie quiere se lo quedará el turista


Billetes de metro, de autobús, entradas de museo, posavasos de bares relativamente míticos, servilletas de papel, tarjetas y más tarjetas, flyers, cajas de cerillas, paquetes de tabaco vacíos, el papel de las botellas de cerveza, hojas secas, bolsas de plástico de tiendas, bolsas de plástico del hotel, jabones del hotel, posters de conciertos a los que no necesariamente hemos ido pero que estaban pegados en una pared de la calle, tickets de cenas románticas, sobres de toallitas para las manos sin abrir, periódicos en un idioma que desconocemos, tickets de cenas amistosas. Cualquier superficie en la que haya alguna alusión al lugar al que hemos viajado.

En las ciudades turísticas no preocupa la generación de residuos porque saben que el turista se los llevará. En los grandes museos hay trípticos de las exposiciones, del plano del edificio, del club de amigos del museo, de tarjetas de descuento, de pases para ver tres museos en un solo día, de las convocatorias y premios de turno... En los hoteles hay trípticos de pueblos cercanos, de museos de cera, de tiendas de souvenirs, de espectáculos típicos... En los bares hay mapas gratuitos de cada barrio, flyers de fiestas que tendrán lugar dentro de semanas… El turismo, entre otras cosas, es un gran generador de residuos. El turista los coge todos. Básicamente porque son gratuitos. Volver de un viaje es abrir una maleta llena de ropa sucia y papeles. Pero lo peor de este souvenir en particular es que en pocas ocasiones nos evocará un momento especial; sólo participa de la creación y acumulación indiscriminada de basura que algún día nos aplastará. Al menos, esta basura se la llevan a otra parte.

La foto que podéis ver arriba es una instalación que la artista Blanca Aranda realizó en Valencia. Los muebles de la imagen estaban hechos con plásticos que antes flotaban en el mar: basura, basura, basura. El error de pensar que el turista se llevará la tuya está en olvidar los kilos que te dejará de recuerdo. Bueno, el caso es que conocí a Blanca Aranda en un encuentro con estudiantes de postgrado de Bellas Artes en la Universidad Complutense de Madrid y me gustó lo que hacía, que era fundamentalmente recoger cosas que se encontraba y reutilizarlas. El arte termina siendo siempre quien recoge la basura de una sociedad, en todos los sentidos. Su blog es www.blancaranda.blogspot.com

En cierto modo, creo que todo souvenir es de alguna manera un residuo. No dejan de ser los restos de un viaje, el envoltorio de algo que ya se terminó, un espectáculo que tuvo lugar hace semanas.

Sigo esperando vuestros recuerdos en mi mail: olvidarunsouvenir@gmail.com

Inés Plasencia Camps

jueves, 14 de abril de 2011

Una piedra es para siempre


Hoy me he despertado con una alegría en mi mail: ¡la primera colaboración de este blog! Fosco D'Amelio, geólogo y escritor italiano, amigo mío y compañero de faenas de una de las mujeres más maravillosas del planeta con la que me une más de un souvenir trasnochador y más de un viaje a tierras no tan lejanas, me ha enviado una maravillosa reflexión sobre las piedras como el souvenir privilegiado por los geólogos y la divertida foto que podéis ver en este post. Me ha hecho especial ilusión por su carácter diferente en el mundo de los souvenirs (oh, ampliaré mis miras, claro, porque ahora se abre una puerta hacia un universo infinito de billetes de autobús y entradas de museo) y porque desde la Toscana, que es donde viven, no podía una más que esperarse un David en miniatura o algo peor. Poco más que decir. Lo que sigue es el texto que, al abrir mi correo electrónico, me trasladó también a mí a la Toscana siguiendo la estela de otro par de afectados por el mal de estar en otra parte.

“El recogedor de los souvenirs más inutiles, feos y muchas veces aburridos es el geólogo. Vaya adonde vaya, se lleva a casa kilos y kilos de piedras cuyo aspecto no tiene nada que ver con lo que la gente normal considera bonito. Amasijos de minerales oscuros y sin geometrías significativas para un observador corriente, para él son el símbolo de fenómenos raros o impresionantes, que te cuenta con la cara iluminada por un sol que ya fue, el sol del prevenir. Y la casa de un geólogo está llena de inutilidades que cuando llega una mudanza hay que seleccionar para evitar maletas que ni un burro nepalés se atrevería a llevar.

Pero lo concreto de los souvenirs líticos no suele ser la cuestión. La verdad es que llevarse una piedra es llevarse un trozo de mundo. Si la comida se deshace enseguida dentro de los estómagos viajeros, así el agua cristalina de un mar apenas conocido se seca en cuanto se dejan los pasos ya lejos de la arena. Los autóctonos se quedan allí despidiéndose en el aeropuerto o por la calle delante de la última bebida juntos, y si tienen ocasión de reencontrarte en tu país, será como ver un martín pescador en el desierto del Gobi, que se hunde en su mismo sudor para buscar comida.

Las piedras, por el contrario, siguen siendo piedras donde sea, se convirtieron en piedras antes de que nosotros los seres humanos nos imagináramos simplemente que íbamos a existir y allí, y así, se quedarán hasta que nosotros los seres humanos acabemos sin ser nada ni estar en ningún lugar concreto. Sólo quedarán souvenirs de nuestro paso, recuerdos que la Tierra olvidará tan sencillamente como ahora pasa de todo. Para ella cada piedra cogida es como una escama de nuestra piel quitada por una hormiga. Que a lo mejor la enseñará a sus amigas hormigas, diciendo “he visitado el hombro, la espalda, la pierna derecha”. “¿Y la izquierda?”. “La próxima vez, cuando encuentre un hormiguero más espacioso para guardar todas las escamas”.

Por cierto, me explica Raquel que la tapa para la cámara que aparece en la foto sirve, a los geólogos, de escala. Lo cierto es que antes de esa explicación y antes de leer el texto pensé que el interés de la imagen residía precisamente en ese trozo de plástico, huella del turismo, que algo deja, y no siempre biodegradable, allá donde va. No importa cuán lejos lleguemos.

Seguid enviándome cosas, al menos fotos que encontréis o postales que tengáis u os envíen, a olvidarunouvenir@gmail.com

Inés Plasencia Camps

martes, 29 de marzo de 2011

Las Matrioskas o la vuelta al vientre materno


Uno de los objetos más típicos de Rusia proviene en realidad de Japón: la matrioska. Cada vez que veo una, pienso en Rashomon, de Akira Kurosawa, con su estructura de historia que se cuenta dentro de una historia que se cuenta dentro de una historia, y pienso también en sus posibilidades infinitas y en su capacidad de evocar nuestro deseo de crear un yo más grande para meternos dentro. Sin embargo, y pese a que se hacen matrioskas con dibujos muy diferentes, no sé de ningún sitio donde se pueda pedir una de nosotros mismos, aunque seguro que alguno hay en este tan ancho mundo.

Una bastante divertida es la que veis en la foto, regalo de mi hermana. En efecto: es John Lennon. A la izquierda de la fotografía está McCartney y a la derecha George Harrison; Ringo Starr es esa cosa incompleta de la esquina y el gato de la fotografía del fondo es Camilo, por cierto, el mejor gato del Hades (pero ésa es otra historia). Lo que más me divierte de mi matrioska es, por un lado, que no deja lugar a dudas sobre las jerarquías en los Beatles, tan discutidas en la calle, y por otro, que es prueba de lo poco que de sagrado les queda a símbolos nacionales como éste (más adelante veremos torres Eiffel fosforescentes y otras profa-naciones). Bueno, al menos los de Liverpool compusieron una canción, Back in the U.S.S.R., que les hace relativamente merecedores de una matrioska; los de la Cenicienta y Winnie de Pooh, de Disney, son toda una provocación por su “americanidad”, como dirían ellos, o por su “estadosunididad” como preferiría decir yo. Si el Imperio Americano usurpa tu símbolo nacional… ¿qué te queda? Pues un souvenir de la Guerra Fría, o como mínimo la prueba de que un gran imperio se construye adueñándose de las cosas que se colocan cerca del televisor o dentro de éste. No os pongo fotos para no ofender pero éste es el link, donde además también podéis conocer un poco la historia de la matrioska, y así me ahorro contárosla yo: http://russian-crafts.com/nesting-dolls/history.html

En cualquier caso, si uno va a Rusia, lo que se compra es una matrioska. El problema no es tanto ése como que no sabemos prácticamente qué mas se puede comprar allí. Ése suele ser el drama del souvenir. Bueno, quizá en Rusia compraríamos también algún poster de Lenin o de la Revolución, o alguna bandera, no sé, antes de meternos en un McDonald’s a comer.

Lo que más me gusta de mi matrioska, superada cualquier alusión a Rusia (creo que ha quedado lo suficientemente explicado que después de 120 años de existencia su país de origen se ha quedado, aunque de forma encubierta porque se siguen vendiendo a miles las clásicas campesinas rusas, sin símbolo nacional), es que me la regaló mi hermana, y de hecho me la llevo a todas partes. Como somos cuatro hermanos, y puestos a esconderse en el vientre materno, mi madre es John Lennon y mi hermana Ringo Starr. Esto puede parecer ofensivo pero no lo es en absoluto si pensamos que yo soy esa minúscula pieza que en la fotografía se ve delante de George Harrison, y en la que está escrito “The Beatles”. Así que los cuatro podremos meternos en alguna parte cuando las cosas se pongan feas, pero mi madre no, mi madre tendrá que quedarse a dar la cara pase lo que pase, exactamente como le pasa a John Lennon.

Espero haber aclarado por qué la matrioska es, así pues, polifuncional: es útil tanto para hablar de las relaciones familiares como para promocionar una película de Disney. No es tan grave. En realidad estas muñecas no tienen su origen en Rusia sino en Japón.

Para despedirme por hoy, me gustaría enviaros el enlace a un artículo que Fernando Estévez González publicó en El País en 2007, y que es el texto más interesante sobre souvenirs que he encontrado hasta ahora. Como él dice, hablar de algo tan banal no está destinado a ensalzarlo ni hacerlo parecer más importante de lo que es. El souvenir es probablemente uno de los objetos más inútiles que existen y debe seguir siendo visto así, pero por otro lado es lo que esta época de lo banal ha hecho con las antiguas y veneradas reliquias: fabricarlas en serie. Y como dice el artículo, “esconden una poderosa carga simbólica”.

http://www.elpais.com/articulo/arte/Souvenirs/turistas/elpepuculbab/20070818elpbabart_1/Tes

Si consigo terminar el trabajo que estoy escribiendo para Fernando Castro sobre la postal turística y el souvenir lo colgaré en este blog. Hasta entonces, y mientras encontramos modos alternativos de volver al vientre materno, recordad que me encantaría que me enviarais fotos de vuestros souvenirs (sí, yo también tengo una torre de Pisa en miniatura en casa de mis padres, no pasa nada) para que reflexionemos sobre ellos o postales de donde vivís a este correo: olvidarunsouvenir@gmail.com

Inés Plasencia Camps

sábado, 26 de marzo de 2011

Mensaje de bienvenida


Tengo serios problemas para continuar algo durante mucho tiempo. Tampoco prometo nada esta vez: intento no hacerlo más porque termino sintiéndome obligada a mudarme de ciudad para ahorrarme explicaciones y parece que, aunque en ocasiones me fastidie, terminará siendo Madrid el lugar en el que definitivamente eche raíces.
También parece que no todos sufren "el mal de estar en otra parte". A mí sin embargo se me ha hecho crónico, lo cual es un absurdo, pero qué le voy a hacer. Tampoco viajo mucho. Lo que yo hago es coger todas mis cosas y pasarme en otro sitio tres, cuatro o cinco años. No empiezo de cero porque llevo todo a cuestas ya que, como me dice mi madre cada vez que tengo la brillante idea de irme a otra parte, todo lo que quieres dejar es precisamente lo que hace pesada tu maleta. Vamos, que nunca nos vamos sin nada. Nunca estamos del todo en otro lugar, y en el nuevo lugar te das cuenta de que no era eso lo que querías dejar atrás.
Otra de las cosas que más me gusta es "ser de otra parte". Pero eso también caduca. Yo, por ejemplo, casi soy de otro sitio en Valencia, que es donde nací y donde pasé mis primeros dieciocho años. Quizá lo que desarma los planes es que irse como fin no es lo mismo que irse como medio, pero por otro lado "el mal de estar en otra parte" no puede ser fructífero más que para los diplomáticos y para los escritores. Por suerte a mí me gusta escribir, y lo mejor de escribir es que es una de esas profesiones en las que fracasar te ayuda a mejorar porque da muchas ideas. Yo tengo ya muchas acumuladas; podría ponerme a regalarlas. Lo que quiero decir es que yo no podría escribir si pensara que todo el mundo termina encontrando su sitio.
Y todo esto... He estado pensando últimamente en empezar un nuevo blog. Como ya han fracasado anteriormente otros tres intentos, es una de las cosas que me gusta hacer. También acabo de leer un libro de Andrés Trapiello sobre los diarios literarios y, definitivamente, lo que los escritores queremos es que nos lean. Cuando escribimos un diario es para eso, finalmente. Para los escritores, la luz al final del túnel es la luz de la imprenta. Así que he empezado un blog hoy sábado 26 de marzo, día en que cambian la hora, día que alterna el diluvio con el sol radiante. Uno de esos días de primavera.
Confluye también la circunstancia de que en el máster que hago actualmente estoy estudiando y escribiendo sobre postales y souvenirs turísticos. Este tema, al que llegué atraída sin saber del todo por qué pero que de repente tuvo en mí el efecto de un imán, me está haciendo pensar mucho en ese "mal de estar en otra parte" que os comentaba algo más arriba, porque lo que ese horroroso objeto que suele ser un souvenir y que, ojo, todos hemos comprado alguna vez, es su fetiche. Fetiche del tiempo en el que uno no trabaja, fetiche del no formar parte y del no implicarse en el mundo. Y, por supuesto, fetiche del pasado, como escribió Ludwig Giesz en su capítulo sobre kitsch y turismo del libro editado por Gillo Dorfles "El kitsch. Antología del mal gusto", biblia de lo hortera como postura vital.
Me he estado preguntando cuál es el souvenir de alguien que, pese a estar tres, cuatro o cinco años en una misma ciudad tiene la sensación de estar siempre de paso, y cuál es el de esa otra gente que viaja constantemente y que sin embargo tiene la sensación de estar siempre en casa. Quizá debería empezar a enviar postales a mis seres queridos, enviar un trozo de esa ciudad en la que creen que estoy. Reafirmar su imagen estereotipada de Madrid con algo muy español, con una fotografía de un plato de callos, qué sé yo. O mandarle una postal a mi vecina.
En cualquier caso, si hasta septiembre (o más allá) voy a estar pensando en postales y souvenirs, me parece justo que alguien me acompañe, así que os invito a mandarme imágenes de postales y de souvenirs que tengáis o veáis por ahí. Para eso os dejo este mail: olvidarunsouvenir@gmail.com

Inés Plasencia Camps