martes, 29 de marzo de 2011

Las Matrioskas o la vuelta al vientre materno


Uno de los objetos más típicos de Rusia proviene en realidad de Japón: la matrioska. Cada vez que veo una, pienso en Rashomon, de Akira Kurosawa, con su estructura de historia que se cuenta dentro de una historia que se cuenta dentro de una historia, y pienso también en sus posibilidades infinitas y en su capacidad de evocar nuestro deseo de crear un yo más grande para meternos dentro. Sin embargo, y pese a que se hacen matrioskas con dibujos muy diferentes, no sé de ningún sitio donde se pueda pedir una de nosotros mismos, aunque seguro que alguno hay en este tan ancho mundo.

Una bastante divertida es la que veis en la foto, regalo de mi hermana. En efecto: es John Lennon. A la izquierda de la fotografía está McCartney y a la derecha George Harrison; Ringo Starr es esa cosa incompleta de la esquina y el gato de la fotografía del fondo es Camilo, por cierto, el mejor gato del Hades (pero ésa es otra historia). Lo que más me divierte de mi matrioska es, por un lado, que no deja lugar a dudas sobre las jerarquías en los Beatles, tan discutidas en la calle, y por otro, que es prueba de lo poco que de sagrado les queda a símbolos nacionales como éste (más adelante veremos torres Eiffel fosforescentes y otras profa-naciones). Bueno, al menos los de Liverpool compusieron una canción, Back in the U.S.S.R., que les hace relativamente merecedores de una matrioska; los de la Cenicienta y Winnie de Pooh, de Disney, son toda una provocación por su “americanidad”, como dirían ellos, o por su “estadosunididad” como preferiría decir yo. Si el Imperio Americano usurpa tu símbolo nacional… ¿qué te queda? Pues un souvenir de la Guerra Fría, o como mínimo la prueba de que un gran imperio se construye adueñándose de las cosas que se colocan cerca del televisor o dentro de éste. No os pongo fotos para no ofender pero éste es el link, donde además también podéis conocer un poco la historia de la matrioska, y así me ahorro contárosla yo: http://russian-crafts.com/nesting-dolls/history.html

En cualquier caso, si uno va a Rusia, lo que se compra es una matrioska. El problema no es tanto ése como que no sabemos prácticamente qué mas se puede comprar allí. Ése suele ser el drama del souvenir. Bueno, quizá en Rusia compraríamos también algún poster de Lenin o de la Revolución, o alguna bandera, no sé, antes de meternos en un McDonald’s a comer.

Lo que más me gusta de mi matrioska, superada cualquier alusión a Rusia (creo que ha quedado lo suficientemente explicado que después de 120 años de existencia su país de origen se ha quedado, aunque de forma encubierta porque se siguen vendiendo a miles las clásicas campesinas rusas, sin símbolo nacional), es que me la regaló mi hermana, y de hecho me la llevo a todas partes. Como somos cuatro hermanos, y puestos a esconderse en el vientre materno, mi madre es John Lennon y mi hermana Ringo Starr. Esto puede parecer ofensivo pero no lo es en absoluto si pensamos que yo soy esa minúscula pieza que en la fotografía se ve delante de George Harrison, y en la que está escrito “The Beatles”. Así que los cuatro podremos meternos en alguna parte cuando las cosas se pongan feas, pero mi madre no, mi madre tendrá que quedarse a dar la cara pase lo que pase, exactamente como le pasa a John Lennon.

Espero haber aclarado por qué la matrioska es, así pues, polifuncional: es útil tanto para hablar de las relaciones familiares como para promocionar una película de Disney. No es tan grave. En realidad estas muñecas no tienen su origen en Rusia sino en Japón.

Para despedirme por hoy, me gustaría enviaros el enlace a un artículo que Fernando Estévez González publicó en El País en 2007, y que es el texto más interesante sobre souvenirs que he encontrado hasta ahora. Como él dice, hablar de algo tan banal no está destinado a ensalzarlo ni hacerlo parecer más importante de lo que es. El souvenir es probablemente uno de los objetos más inútiles que existen y debe seguir siendo visto así, pero por otro lado es lo que esta época de lo banal ha hecho con las antiguas y veneradas reliquias: fabricarlas en serie. Y como dice el artículo, “esconden una poderosa carga simbólica”.

http://www.elpais.com/articulo/arte/Souvenirs/turistas/elpepuculbab/20070818elpbabart_1/Tes

Si consigo terminar el trabajo que estoy escribiendo para Fernando Castro sobre la postal turística y el souvenir lo colgaré en este blog. Hasta entonces, y mientras encontramos modos alternativos de volver al vientre materno, recordad que me encantaría que me enviarais fotos de vuestros souvenirs (sí, yo también tengo una torre de Pisa en miniatura en casa de mis padres, no pasa nada) para que reflexionemos sobre ellos o postales de donde vivís a este correo: olvidarunsouvenir@gmail.com

Inés Plasencia Camps

sábado, 26 de marzo de 2011

Mensaje de bienvenida


Tengo serios problemas para continuar algo durante mucho tiempo. Tampoco prometo nada esta vez: intento no hacerlo más porque termino sintiéndome obligada a mudarme de ciudad para ahorrarme explicaciones y parece que, aunque en ocasiones me fastidie, terminará siendo Madrid el lugar en el que definitivamente eche raíces.
También parece que no todos sufren "el mal de estar en otra parte". A mí sin embargo se me ha hecho crónico, lo cual es un absurdo, pero qué le voy a hacer. Tampoco viajo mucho. Lo que yo hago es coger todas mis cosas y pasarme en otro sitio tres, cuatro o cinco años. No empiezo de cero porque llevo todo a cuestas ya que, como me dice mi madre cada vez que tengo la brillante idea de irme a otra parte, todo lo que quieres dejar es precisamente lo que hace pesada tu maleta. Vamos, que nunca nos vamos sin nada. Nunca estamos del todo en otro lugar, y en el nuevo lugar te das cuenta de que no era eso lo que querías dejar atrás.
Otra de las cosas que más me gusta es "ser de otra parte". Pero eso también caduca. Yo, por ejemplo, casi soy de otro sitio en Valencia, que es donde nací y donde pasé mis primeros dieciocho años. Quizá lo que desarma los planes es que irse como fin no es lo mismo que irse como medio, pero por otro lado "el mal de estar en otra parte" no puede ser fructífero más que para los diplomáticos y para los escritores. Por suerte a mí me gusta escribir, y lo mejor de escribir es que es una de esas profesiones en las que fracasar te ayuda a mejorar porque da muchas ideas. Yo tengo ya muchas acumuladas; podría ponerme a regalarlas. Lo que quiero decir es que yo no podría escribir si pensara que todo el mundo termina encontrando su sitio.
Y todo esto... He estado pensando últimamente en empezar un nuevo blog. Como ya han fracasado anteriormente otros tres intentos, es una de las cosas que me gusta hacer. También acabo de leer un libro de Andrés Trapiello sobre los diarios literarios y, definitivamente, lo que los escritores queremos es que nos lean. Cuando escribimos un diario es para eso, finalmente. Para los escritores, la luz al final del túnel es la luz de la imprenta. Así que he empezado un blog hoy sábado 26 de marzo, día en que cambian la hora, día que alterna el diluvio con el sol radiante. Uno de esos días de primavera.
Confluye también la circunstancia de que en el máster que hago actualmente estoy estudiando y escribiendo sobre postales y souvenirs turísticos. Este tema, al que llegué atraída sin saber del todo por qué pero que de repente tuvo en mí el efecto de un imán, me está haciendo pensar mucho en ese "mal de estar en otra parte" que os comentaba algo más arriba, porque lo que ese horroroso objeto que suele ser un souvenir y que, ojo, todos hemos comprado alguna vez, es su fetiche. Fetiche del tiempo en el que uno no trabaja, fetiche del no formar parte y del no implicarse en el mundo. Y, por supuesto, fetiche del pasado, como escribió Ludwig Giesz en su capítulo sobre kitsch y turismo del libro editado por Gillo Dorfles "El kitsch. Antología del mal gusto", biblia de lo hortera como postura vital.
Me he estado preguntando cuál es el souvenir de alguien que, pese a estar tres, cuatro o cinco años en una misma ciudad tiene la sensación de estar siempre de paso, y cuál es el de esa otra gente que viaja constantemente y que sin embargo tiene la sensación de estar siempre en casa. Quizá debería empezar a enviar postales a mis seres queridos, enviar un trozo de esa ciudad en la que creen que estoy. Reafirmar su imagen estereotipada de Madrid con algo muy español, con una fotografía de un plato de callos, qué sé yo. O mandarle una postal a mi vecina.
En cualquier caso, si hasta septiembre (o más allá) voy a estar pensando en postales y souvenirs, me parece justo que alguien me acompañe, así que os invito a mandarme imágenes de postales y de souvenirs que tengáis o veáis por ahí. Para eso os dejo este mail: olvidarunsouvenir@gmail.com

Inés Plasencia Camps