sábado, 26 de marzo de 2011

Mensaje de bienvenida


Tengo serios problemas para continuar algo durante mucho tiempo. Tampoco prometo nada esta vez: intento no hacerlo más porque termino sintiéndome obligada a mudarme de ciudad para ahorrarme explicaciones y parece que, aunque en ocasiones me fastidie, terminará siendo Madrid el lugar en el que definitivamente eche raíces.
También parece que no todos sufren "el mal de estar en otra parte". A mí sin embargo se me ha hecho crónico, lo cual es un absurdo, pero qué le voy a hacer. Tampoco viajo mucho. Lo que yo hago es coger todas mis cosas y pasarme en otro sitio tres, cuatro o cinco años. No empiezo de cero porque llevo todo a cuestas ya que, como me dice mi madre cada vez que tengo la brillante idea de irme a otra parte, todo lo que quieres dejar es precisamente lo que hace pesada tu maleta. Vamos, que nunca nos vamos sin nada. Nunca estamos del todo en otro lugar, y en el nuevo lugar te das cuenta de que no era eso lo que querías dejar atrás.
Otra de las cosas que más me gusta es "ser de otra parte". Pero eso también caduca. Yo, por ejemplo, casi soy de otro sitio en Valencia, que es donde nací y donde pasé mis primeros dieciocho años. Quizá lo que desarma los planes es que irse como fin no es lo mismo que irse como medio, pero por otro lado "el mal de estar en otra parte" no puede ser fructífero más que para los diplomáticos y para los escritores. Por suerte a mí me gusta escribir, y lo mejor de escribir es que es una de esas profesiones en las que fracasar te ayuda a mejorar porque da muchas ideas. Yo tengo ya muchas acumuladas; podría ponerme a regalarlas. Lo que quiero decir es que yo no podría escribir si pensara que todo el mundo termina encontrando su sitio.
Y todo esto... He estado pensando últimamente en empezar un nuevo blog. Como ya han fracasado anteriormente otros tres intentos, es una de las cosas que me gusta hacer. También acabo de leer un libro de Andrés Trapiello sobre los diarios literarios y, definitivamente, lo que los escritores queremos es que nos lean. Cuando escribimos un diario es para eso, finalmente. Para los escritores, la luz al final del túnel es la luz de la imprenta. Así que he empezado un blog hoy sábado 26 de marzo, día en que cambian la hora, día que alterna el diluvio con el sol radiante. Uno de esos días de primavera.
Confluye también la circunstancia de que en el máster que hago actualmente estoy estudiando y escribiendo sobre postales y souvenirs turísticos. Este tema, al que llegué atraída sin saber del todo por qué pero que de repente tuvo en mí el efecto de un imán, me está haciendo pensar mucho en ese "mal de estar en otra parte" que os comentaba algo más arriba, porque lo que ese horroroso objeto que suele ser un souvenir y que, ojo, todos hemos comprado alguna vez, es su fetiche. Fetiche del tiempo en el que uno no trabaja, fetiche del no formar parte y del no implicarse en el mundo. Y, por supuesto, fetiche del pasado, como escribió Ludwig Giesz en su capítulo sobre kitsch y turismo del libro editado por Gillo Dorfles "El kitsch. Antología del mal gusto", biblia de lo hortera como postura vital.
Me he estado preguntando cuál es el souvenir de alguien que, pese a estar tres, cuatro o cinco años en una misma ciudad tiene la sensación de estar siempre de paso, y cuál es el de esa otra gente que viaja constantemente y que sin embargo tiene la sensación de estar siempre en casa. Quizá debería empezar a enviar postales a mis seres queridos, enviar un trozo de esa ciudad en la que creen que estoy. Reafirmar su imagen estereotipada de Madrid con algo muy español, con una fotografía de un plato de callos, qué sé yo. O mandarle una postal a mi vecina.
En cualquier caso, si hasta septiembre (o más allá) voy a estar pensando en postales y souvenirs, me parece justo que alguien me acompañe, así que os invito a mandarme imágenes de postales y de souvenirs que tengáis o veáis por ahí. Para eso os dejo este mail: olvidarunsouvenir@gmail.com

Inés Plasencia Camps

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